REVIEW The Knickerbocker Nueva York: el hotel con más historia de Times Square
Además, el hotel The Knickerbocker tiene uno de los mejores rooftop de la ciudad con vistas directas a la bola de fin de año en Times Square
Norberto Sica
Se suele decir que si algo sucedió en Nueva York durante las dos primeras décadas del siglo XX, probablemente sucedió en el Knickerbocker. Aunque estuvo abierto sólo catorce años durante esa época, el hotel sirvió como el principal patio de recreo de Times Square de los ricos y famosos no sólo de la ciudad sino de Estados Unidos. Y desde sus orígenes a comienzos del 1901, cuando fue diseñado, y luego, en 1906, cuando abrió sus puertas, tiene mucha historia para contar. De hecho, junto con el subterráneo y el New York Times, el Knickerbocker fue una de las tres entidades cuya llegada transformó la zona de Times Square en el mayor destino turístico de Manhattan.
El 23 de octubre de 1906, el hotel abrió sus puertas, no al público, sino a los invitados que asistieron a una recepción de cinco horas la noche anterior a la apertura real.
El día antes de la recepción, sus propietarios publicaron un anuncio en varios periódicos locales que contenía un dibujo del hotel terminado. En el aviso, se prometía a los huéspedes: “todo lo que el viajero pueda desear, que el dinero pueda comprar, la encarnación de todo lo que hace a la perfección”.
El anuncio enfatizaba la tecnología que hacía funcionar el hotel, incluida la calefacción a vapor, la refrigeración independiente y las luces eléctricas, e insistía en que el Knickerbocker era «positivamente a prueba de fuego», una afirmación que, afortunadamente, nunca se tuvo que poner a prueba.
La cantidad de infraestructura requerida fue impresionante. Dieciséis mil luces eléctricas estaban dispersas por todo el edificio, alimentadas por una planta de energía totalmente autónoma en el lugar. Los seis ascensores novedosos presentaban un sistema de limpieza neumático y dos máquinas de hielo gigantes fabricaban ocho toneladas de hielo al día.
El edificio también contaba con más empleados que habitaciones, ya que con una plantilla de 700 personas se aseguró de que todo funcionara sin problemas.
Por momentos el hotel parecía ser el centro del mundo. Un huésped del Knickerbocker podía hacer o comprar casi cualquier cosa con solo caminar unos pocos metros y para muchas cosas ni siquiera tenía que salir del hotel. Dentro había una floristería, un puesto de cigarros, un quiosco, una oficina de telégrafos, varios restaurantes, un bar, una barbería, un salón de baile, una confitería, un salón de uñas, una biblioteca e incluso una parada de metro en el sótano que conectaba con Grand Central Station.
No se escatimó en gastos para brindar servicios de primer nivel a los huéspedes. Obras de artistas de renombre adornaban cada pared. La tecnología de última generación estaba en todas partes, incluidos teléfonos, ventiladores eléctricos y cafeteras personales en las habitaciones.
Solo en 1909, Knickerbocker importó 70 mil puros de Cuba y más de 400 mil botellas de vino de Europa. Es más, una leyenda urbana incluso sostiene que aquí se inventó el martini.
Las celebridades estaban en todas partes: cientos de actores, actrices, cantantes, músicos y cuatro presidentes lo visitaron sólo en esos años.
Sin embargo, producto de la primera recesión económica de la época, el lugar cerró sus puertas en 1920. Posteriormente, el edificio se convirtió en oficinas, fue la sede de la revista Newsweek durante casi dos décadas y, luego tuvo otros usos, hasta que volvió a convertirse en un hotel casi 100 años más tarde, a partir de 2013, recuperando su nombre original.
La palabra se utilizó para describir desde un estilo de pantalones, a un equipo de básquet de la NBA, una cerveza y, por supuesto, al hotel Knickerbocker. A menudo, escrito como Knickerbacker, era un apellido compartido por algunos de los colonos holandeses originales de Manhattan, pero no llegó a simbolizar a Nueva York.
Eso fue, hasta 1809, cuando el escritor estadounidense Washington Irving, de veintiséis años, publicó su primer libro importante, Knickerbocker’s History of New York. El narrador ficticio del libro, un viejo historiador holandés cascarrabias llamado Diedrich Knickerbocker, capturó la imaginación del público, y la palabra «Knickerbocker» se convirtió en un sinónimo común para los neoyorquinos de ascendencia holandesa de la clase alta.
Después de unos años, el término se despojó de su connotación específicamente holandesa y se convirtió en un apodo para todos los neoyorquinos.
El nombre se extendió como la pólvora a partir de mediados del siglo XIX. En 1845, se formó en Manhattan el primer equipo de béisbol de la historia, o al menos el primero en darse un nombre oficial y escribir las reglas del deporte. Se llamaban a sí mismos los Knickerbockers. Un siglo después, en 1946, la nueva franquicia de baloncesto profesional de la ciudad también adoptó el apodo, aunque generalmente lo acortaron a los Knicks.
Durante gran parte del siglo XX, la cerveza más omnipresente en Nueva York fue la cerveza Knickerbocker, elaborada hasta mediados de la década de 1960 en la fábrica de cerveza Jacob Ruppert en el Upper East Side. Cuando el Hotel Knickerbocker abrió sus puertas en 1906, ninguna palabra estaba más intrincadamente entrelazada con la historia de la ciudad que «Knickerbocker».
Después de su recuperación como uno de los mejores hoteles para alojarse no sólo en Times Square sino en Nueva York, la impresionante transformación de este monumento de Manhattan invita a los viajeros más exigentes a descubrir sus 330 lujosas habitaciones y suites.
El clásico edificio, nos presenta una fachada que refleja su grandeza histórica, con ladrillos color terracota y una arquitectura Beaux Arts, que influenció las construcciones de Estados Unidos, especialmente entre 1885 y 1920.
Y en esa mezcla de lo clásico y lo moderno, el nuevo lobby del Knickerbocker nos recibe con una obra de arte llamada Black Mirror, una representación de espejo oscuro en varias capas dimensionales.
El vestíbulo en la planta baja además de servir de lobby de recepción, cuenta con un bar al paso, tanto para un desayuno, almuerzo o merienda ligera, hasta para quienes quieren buscar su café por la mañana y disfrutar «on the go».
Mientras el exterior muestra lo mejor del academicismo francés, su interior, es minimalista, con pisos de mármol, paredes de textura pulida, muebles bajos que utilizan una paleta de colores neutros, tanto en las áreas comunes como en las habitaciones.
Las habitaciones están completamente construidas a prueba de sonido, lo que nos permite estar en el corazón de una de las ciudades más activades del mundo, y poder dormir con comodidad en nuestro cuarto, casi como si estuviéramos en una campiña.
En el cuarto piso, The Knickbocker, nos presenta una de sus propuestas gastronómicas de estilo: Charlie Palmer, el lugar escogido para los desayunos buffet de cada mañana o para degustar un aperitivo, o un almuerzo o cena.
Y en la terraza, uno de los rooftops más codiciados. Con sus tres lujosos Sky Pods o balcones panorámicos, St. Cloud ofrece un menú de cócteles, cervezas artesanales y un menú de platos de temporada, con el Times Square observándonos desde todos los ángulos, siendo, el mejor lugar para ver descender la bola de fin de año cada 31 de diciembre.
Una historia fascinante, una ubicación incomparabe y uno de los rooftops más codiciados de Nueva York, son -sin dudas-algunos de los puntos fuertes de The Knickerbocker, uno de los mejores hoteles para elegir en la Gran Manzana.