Así son Las Ruinas San Ignacio, un imperdible en un viaje por Misiones
28/12/21

Así son Las Ruinas San Ignacio, un imperdible en un viaje por Misiones

Un viaje en el tiempo hacia el período de las misiones jesuitas en uno de los complejos arqueológicos mejor conservados y emblemáticos de Argentina

Guido Piotrkowski Redacción
Guido Piotrkowski

Misiones es sinónimo de muchos atractivos turísticos e históricos por recorrer tanto para ciudadanos argentinos o extranjeros, más allá de las siempre atractivas y únicas Cataratas del Iguazú o su Selva Misionera. Uno de los imperdibles son Las Ruinas San Ignacio.

La provincia de Misiones lleva su nombre, justamente, por las misiones jesuíticas. Fueron pueblos fundados a partir del siglo XVII por la orden religiosa de la Compañía de Jesús, cuyo objetivo era evangelizar a los indígenas guaraníes que ocupaban el territorio de Argentina, Paraguay, Brasil y Uruguay.

Hoy en día, quedan en pie cuatro de estas misiones, también llamadas reducciones que son las de San Ignacio Miní, Santa Ana, Loreto y Santa María, todas erigidas en los siglos XVI y XVII.

Fue en aquellos tiempos en que los sacerdotes llegaron al territorio de la selva paranaense e intentaron evangelizar a los indígenas sin necesidad de someterlos o esclavizarlos, como lo solían hacer los conquistadores que los precedieron y también aquellos que los sucedieron.

Es por eso que, mientras el proceso de las misiones jesuíticas duró, tuvo gran alcance y eco positivo en varias de las comunidades guaraníes de la región, quienes vieron en esos sacerdotes la manera de protegerse, tanto de los colonizadores españoles como de los invasores paulistas y bandeirantes brasileños, brutales guerreros que arrasaban con todo a su paso tratando de saciar su sed de conquista.

Así son Las Ruinas San Ignacio, un imperdible en un viaje por Misiones

Ruinas San Ignacio, día y noche

De todas estas, las ruinas jesuíticas de San Ignacio Miní, son las que mejor se conservan. Recorrerlas hoy en día es un viaje al pasado, una travesía en el tiempo que ayuda a comprender como se vivía en aquella época, como fueron los procesos colonizadores y evangelizadores y como construyeron esas ciudades de ladrillos colorados, a tono con el color de la tierra de esta provincia selvática del noreste de Argentina.

Ubicadas a tan solo sesenta kilómetros de Posadas, la capital provincial, y a doscientos cincuenta de las Cataratas del Iguazú, las ruinas de la misión jesuítica guaraní fueron declaradas como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1984 y constituyen hoy uno de los principales atractivos turísticos provinciales.

Para conocerlas, basta con una visita de medio día que se puede coronar con otra visita de 45 minutos por la noche, para asistir al fantástico espectáculo de luz y sonido, en el que mediante proyecciones multimedia en los muros y sobre brumas de agua generadas artificialmente, se cuentan historias de aquellos tiempos.

Para recorrerlas se puede contratar uno de los guías de sitio, quienes cuentan y explican, con lujo de detalle, el cómo, cuándo, y porqué se fundaron estos pueblos. Se trata de un paseo histórico que dura cerca de una hora por lo que quedó en pie de la misión, una caminata entre este conjunto de ruinas que permanecieron durante casi dos siglos ocultas en la selva.

El recorrido también se puede hacer por cuenta propia, pero claro, si uno no conoce la historia, solo verá un montón de hermosas piedras y un complejo arqueológico muy bien conservado, pero se llevará una visión incompleta de la historia.

Los edificios, construidos en el estilo que se llamó «barroco – guaraní», están alrededor de lo que fuera la plaza de armas. Ahí están el Cabildo, el cementerio, la Iglesia entre otros. La iglesia se destaca con su fachada barroca y ladrillos rojizos. Originalmente, alcanzaba los quince metros de altura aunque hoy en día solo llega a los diez, como se puede apreciar en sus muros laterales que quedan en pie, la foto icónica del lugar. También se pueden ver los talleres, el colegio, viviendas de los religiosos y los nativos.

En la entrada hay un pequeño museo con restos arqueológicos, como piedras labradas, herramientas e instrumentos musicales, entre otras cosas, y una maqueta que ilustra la distribución urbana de la reducción.

Así son Las Ruinas San Ignacio, un imperdible en un viaje por Misiones

Un poco de historia de las Ruinas San Ignacio

San Ignacio Miní fue fundada por los Padres José Cataldino y Simón Maceta inicialmente en la región de Guairá, que es actualmente Paraná, en Brasil. Pero los continuos ataques de los comerciantes de esclavos portugueses provocaron el traslado de esta y otras misiones de la zona hacia el sudeste. Luego de un tiempo a orillas del río Yabebirí, San Ignacio Miní fue establecida definitivamente en 1696 en esta localidad que lleva el mismo nombre, donde hoy podemos visitarla, y donde se estima que llegaron a vivir unas 4000 personas.

Resulta que 1696, algunos de los sacerdotes que escaparon de Brasil se asentaron en tierras misioneras para evangelizar guaraníes. En esta región, los indígenas vivían del cultivo, la caza y la recolección. Fue así hasta que llegaron los conquistadores y colonos europeos, quienes los sometieron y explotaron bajo las instituciones conocidas como la mita, el yanaconazgo, la encomienda o el repartimiento. Pero las ordenes religiosas implantaron una suerte de contrapeso, una labor social mas constructiva. En ese sentido, las misiones jesuíticas guaraníes fueron novedosas, ya que trajeron valores humanistas de la cultura europea e incluyeron los que ellos consideraban adecuados de la cultura indígenas.

Fue en 1609 que fundaron la primera de las misiones, con el propósito de difundir su religión entre los indígenas y educarlos, así como también protegerlos de las formas coloniales de explotación. Todo eso marcó una estructura social novedosa y aislada de la sociedad colonial, que de alguna manera les venía bien a las tres partes: para los jesuitas fue su manera de cumplir su misión evangelizadora, para la corona fortalecer su presencia en la selva y para los indígenas una forma de protegerse de los invasores. Todos estos factores explican de alguna manera el “éxito” de las misiones, mientras duraron.

Descubrimiento y reconstrucción

La expulsión de los jesuitas en 1768 puso fin a la reducción de San Ignacio Miní y del resto de las reducciones. A partir de entones, los pueblos guaraníes quedaron en manos de autoridades civiles y otras ordenes, como los franciscanos, dominicos o mercedarios. El régimen comunitario fue reemplazado por una economía de mercado. Más adelante, las guerras entre los incipientes estados de Brasil, Paraguay y Argentina los dispersaron y los edificios de las reducciones fueron destruidos, quedando, literalmente, en ruinas.

Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, llegarían los nuevos pobladores, inmigrantes, trabajadores, maestros. Fue en aquellos tiempos que las descubrieron y se comenzó a pensar y planear la restauración. Las ruinas reconstruirían finalmente entre 1940 y 1948, luego le seguirán el resto: Santa Ana, Loreto, Santa María. Todo el trabajo quedó en manos del arquitecto Carlos Onetto, quien fue el encargado de los trabajos de restauración.

Así, hoy nos quedan dos legados, el jesuita, al que se puede acceder mediante escritos y documentos, y el guaraní, que se traduce de boca en boca, hasta el día de hoy, de sabios a aprendices, de generación en generación. Para los pueblos guaraníes, la palabra es mas que comunicación, es un canal hacia la divinidad. Así, cuentan historias, narran sus mitos y cantan los mensajes que los dioses les trasmiten en el sueño. Mensajes que hoy podemos conocer en una visita a este lugar que atesora buena parte de aquella memoria ancestral.

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Teyú Cuaré, vegetación salvaje, Horacio Quiroga y un nazi escondido en la selva

A tan solo 10 kilómetros del las Ruinas San Ignacio, se encuentra este parque provincial, el lugar elegido por Horacio Quiroga para vivir durante su paso por la provincia, y el que inspiró algunos de sus cuentos mas recordados, como “El Yaciyateré”, en el que el célebre escritor describe las características geográficas del parque, en cuyas cavernas naturales se refugian distintas especies de murciélagos. También está por acá la tumba de su esposa, Ana María Cirés, quien al parecer no soportó la vida en la selva y se suicidó por acá.

El Parque Provincial fue fundado en 1969 para proteger un afloramiento rocoso de particular valor paisajístico y originalmente abarcaba un área de 78 hectáreas, sobre la costa del río Paraná, pero debido a las inundaciones provocadas por la represa de Yaciretá, perdió el 16% de su superficie original.

El nombre del parque proviene del mismo peñón de Teyú Cuaré, que en guaraní significa cueva de lagarto. Es un peñón de 150 metros de altura que forma un precioso mirador sobre el río Paraná y la selva en derredor. En el lugar hay cuatro senderos y una zona de acampe agreste en la barranca del río, que es cuidada por los guardaparques.

Para subir el peñón hay que hacerlo por una escalinata de bloques de piedra, de unos 250 peldaños. Es una caminata exigente pero no imposible, para hacer a paso lento, descansando en diversos miradores en los que se puede apreciar el fantástico paisaje.

Desde la cima, coronada por una cruz hecha con troncos, se ve la costa de Santa Ana, y más allá, las praderas de Paraguay. En la cumbre se puede recorrer el Sendero de la Selva, de unos 500 metros, bordeado de paredes de vegetación baja y cerrada que en algunos tramos lo asemejan a un laberinto. Se dice que por acá también habría vivido el lugarteniente de Hitler, Martín Bormann. De hecho, aún están en pie los restos de la antigua casa de piedra que habría habitado, en la que se conservan inscripciones en la paredes. Se accede por un largo sendero, que no presenta dificultades técnicas, selva adentro.

En Teyú Cuaré el atardecer se anuncia con el canto de cientos de pájaros y el sonido característico de los monos aulladores, mientras el sol se esconde al otro lado del Paraná.

Más información sobre qué hacer en un viaje por Misiones, en el sitio oficial de turismo de la provincia.

Fotografía
Por Guido Piotrkowski