Así es Salvador de Bahía: los mejores secretos y cosas para hacer
Es uno de los destinos favoritos de Brasil, lleno de playas, historia y lugares imperdibles, entre ellos, Maraú e Itacaré
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Salvador de Bahía, es uno de los destinos favoritos de Brasil. Su nombre completo es San Salvador de la Bahía de Todos Los Santos, y es uno de esos lugares imperdibles, con mucha historia, un gran número de iglesias y playas de ensueño, como si fueran paraísos en la Tierra, entre ellas, Maraú e Itacaré.
Salvador, el Pelourinho y las playas.
El escritor Jorge Amado dijo alguna vez, como una forma de expresar la religiosidad del pueblo bahiano, que Bahía tiene una iglesia por cada día del año.
Si uno deambula por acá, podrá darse cuenta de que, además de haber quedado en el inconsciente colectivo, se trata de una expresión que no está lejos de la realidad. Salvador es un sitio donde los portugueses dejaron su marca indeleble, sus iglesias, sus casonas y el idioma, pero sin embargo son los afrodescendientes quienes marcan el pulso de esta ciudad, a fuerza de ritos y costumbres, de transformar lo brutal en belleza. El ejemplo más cabal es la capoeira, aquella antigua lucha que los esclavos supieron disfrazar de danza para desorientar a los conquistadores.
Salvador es una ciudad que parece estar en un estado de ebullición permanente, como el aceite de dendé que fríen las bahianas vestidas de blanco en la vereda, y que se utiliza para cocinar el sabroso acarajé, el plato-emblema local.
El Pelourinho, centro histórico de la ciudad, es un rincón pintoresco que a partir de la declaración como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985, se vio revitalizado. De ser un enclave abandonado, pasó a ser un polo cultural y el principal atractivo turístico de la ciudad. Acá tiene su sede la Fundación Jorge Amado, situada en un caserón histórico que fue el hogar donde vivió el célebre autor bahiano, quien transitó estas callejuelas de piedra que suben, bajan y serpentean entre caserones color pastel, ahora devenidos en hostales y tiendas de recuerdos, colosales iglesias portuguesas, barcitos y restaurantes que por la noche animan a al público al son de los clásicos de la bossa nova, y la Música Popular Brasileña.
El Elevador Lacerda conecta La Ciudad Alta con la Ciudad Baja. Son cuatro ascensores enormes con capacidad para que veinte personas bajen y suban con vista al mar. Se detiene justo frente al Mercado Modelo, el lugar hecho a medida del turista para comprar artesanías y recuerdos típicos. Hamacas, remeras, instrumentos, collares, pulseras, de todo hay por acá.
Ahora, si el viajero quiere algo más “verdadero”, deberá acercarse hasta la Feria de Sao Joaquim. En el mercado, recientemente renovado, se consiguen desde frutas y verduras a carnes y pescados, especias, pimientos y sobre todo, productos para los rituales de candomblé. Imágenes de orixás, velas, inciensos.
Y Salvador, además de ser un denso conglomerado urbano, tiene, como todo destino tropical, las olas, el viento y las palmeras, en las playas Barra, Ondina, Itapuá o Río Vermelho, que tientan al viajero al chapuzón, al agua de coco y la caipirinha frente al mar.
El verano, además es alta temporada de fiestas en Salvador.
Al carnaval callejero más grande del mundo se le suma la fiesta de Iemanja, el 2 de febrero, dedicada a una de las deidades más populares. También se celebra el tradicional Lavado de Bonfim, que se hace el segundo jueves de enero en la Iglesia Nuestro Señor de Bonfim, y atrae a cientos de miles de fieles procesión al santuario.
La aldea Hippie y la playa de las tortugas
A una hora de la ciudad se encuentra el pueblo de Arembepe, donde está la «Aldea Hippie». Situada frente al mar, se hizo famosa cuando en los años sesenta, cuando Janis Joplin pasó una temporada viviendo allí. Las casas son simples, de barro o de paja. Hay un feria de artesanos y nada más. A un par de kilómetros, está el pueblo de Arembepe, con alojamientos y restaurantes mas sofisticados.
A treinta kilómetros de Arembepe está Praia do Forte, un apacible pueblito de playas paradisíacas con posadas simples, hoteles de lujo, iglesias coloniales y agitada vida nocturna. Aquí también tiene su sede el Projeto Tamar para la conservación de las tortugas marinas que se extiende por varios puntos de Brasil. Hay visitas guiadas.
La senda de Itacaré
Los surfers llegaron hace unos veinte años a la playa de Tiririca y cambiaron el destino de esta villa de pescadores y campesinos para siempre. Así es la Itacaré que hoy conocemos: chicos con tablas bajo el brazo, crepúsculos y lunas que se reflejan en el mar, noches de barcitos y bailes tropicales. Está Ubicada a 250 kilómetros de Salvador, en la «Ruta del Cacao» y es una de las playas que mas creció en los últimos tiempos, pero que mantiene su esencia.
La caminata de la “trilha das quatro prais” es un sendero en medio de la selva que conecta las más bellas playas del lugar. El trekking lleva unas tres horas hasta la playa de Itacarezinho, destino final. Eso, si uno va apurado, pero en Bahía, el apuro hay que dejarlo de lado si uno quiere estar en sintonía con el lugar porque, como bien dicen por acá: “En Bahía no tenemos prisa, la prisa es enemiga de la perfección”.
Por la noche, luego de un intenso día de playa, Itacaré explota. La rua Pituba es el point donde se agrupan todos los bares. Entre caipirinhas, caipiroskas y caipifrutas; bandas en vivo, reggae, y forró -el ritmo nordestino por excelencia-, las veladas se extienden hasta altas horas de la madrugada.
Ilheus, historias con sabor a cacao
Jorge Amado creció aquí e inmortalizó la ciudad en su novela Gabriela, cravo y canela. Ilheus, a 450 kilómetros al sur de Salvador, tiene unos 250 mil habitantes que alguna vez supieron disfrutar de las mieles del cacao, una industria pujante que se hundió en la década del ochenta luego de la repentina aparición de una plaga devastadora conocida como la “vassoura da bruxa” (escoba de la bruja), que hasta el día de hoy obsesiona a los moradores. Pero mientras duró, el fruto dio sus frutos.
Una vuelta por el Centro Histórico sirve para comprender la bonanza que este cultivo trajo hasta estas costas donde el joven Amado creció. Las construcciones más importantes, como el Teatro de Ilheus o el Palacio de la Prefectura, y los caserones de los hacendados -que acá por una buena cantidad de reales ostentan el titulo de coroneles- se han levantado gracias al bendito cacao, traído desde Pará, en Amazonas, a mediados del siglo XVIII.
Hacia 1920, Ilheus era una ciudad pequeña, pero rica y ostentosa, que tuvo que construir un puerto especialmente para exportar el fruto de la riqueza. La Catedral de Sao Sebastiao, erigida en 1967, es considerada una de las más bonitas de toda Bahia. Ubicada en el casco histórico, está de espaldas al mar y de cara al bar Vesubio, que se volvió famoso mundialmente gracias a la pluma de Amado, inmortalizándolo en la novela que relata las andanzas de Gabriela.
El escritor fallecido en 2001 es ilustre por aquí: la calle peatonal lleva su nombre, la casa dónde creció es un museo que atesora sus objetos más preciados y en una mesa del Vesubio se puede dialogar con el, aunque más no sea con su estatua, firme como en los viejos tiempos.
Maraú, la playa soñada
Si hay un paraíso en la tierra, debe ser acá, en la fantástica península de Maraú, a 250 kilómetros de Salvador.
El mar turquesa y la típica playa de arenas blancas coronada con palmeras que regalan un poco de sombra, encuentra en este recóndito vergel nordestino el resumen perfecto de lo que puede llegar ser un edén terrenal. Y acceder al paraíso, en este caso, no es tan complicado. Basta con una hora de navegación desde el pueblito de Camamu entre manglares e islas de ensueño donde habitan pescadores que aún practican el viejo oficio de manera artesanal.
Barra Grande es la playa principal, perfecta e ideal para el chapuzón, la cerveza y el pescado frito con los pies en la arena. Pero acá también hay otra playa tan perfecta como aquella, que se llama Taipus de Fora y queda a veinte minutos de Barra Grande. Su mayor atractivo son las piscinas naturales que se forman cuando baja la marea. También ostenta manglares, cocotales, lagunas de agua dulce y arrecifes de coral, por eso es menester llevar el snorkel.
En Maraú hay que empalagarse de placeres terrenales, beber caipirinha, coco y jugo de frutas. Hay que sumergirse durante horas en sus mares de aguas turquesas y rendirse en una hamaca. Hay que aprender a disfrutar de los
tiempos bahianos, de los días sin prisa que tanto hacen falta.
Fotógrafo y periodista. Cronista de viajes. Autor de "Carnavaleando", primer fotolibro de carnavales latinoamericanos
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