Turismo en Catamarca: así es viajar a la ruta de los valles y del poncho
20/04/21   |   Viajes

Turismo en Catamarca: así es viajar a la ruta de los valles y del poncho

Un viaje por los diversas rutas. La cuesta del portezuelo y los pueblos del valle. La ruta 40, la cuna del poncho y las ruinas del Fuerte Quemado

Guido Piotrkowski Redacción
Guido Piotrkowski

Para los que están planeando hacer turismo en Catamarca, empecemos con San Fernando del Valle y sus alrededores que sorprenden con sus valles verdes, ríos y espejos de agua, a quienes llegan a esta apacible ciudad capital históricamente protegida por el halo místico de la Virgen del Valle, patrona del Turismo. O la “Morenita”, como suelen decirle a esta figura que fue descubierta en el año 1620 dentro de un nicho de piedra en la montaña.

Sin embargo, la imagen ya no está allí, sino que se encuentra en la Catedral Basílica Nuestra Señora del Valle, hasta donde llegan masivas procesiones al término de la pascua, de las que participan unos quince mil jinetes de la “Cabalgata en Honor a Nuestra Madre del Valle”, y también el 8 de diciembre, en el día de la Virgen.

En 1683 Don Manuel Mate de Luna fundó la ciudad, y en 1695, cuando se terminó la Iglesia Matriz, se trajo la imagen desde el primer santuario. En 1995, como motivo de los trescientos años de aquel traslado se construyó el Paseo de la Fe, que une la Catedral, que es Monumento Nacional, con la Plaza 25 de mayo, enfrente del santuario.

A unas pocas cuadras de la Catedral, se puede visitar el convento de San Francisco, y la Fábrica de Alfombras, en el Mercado de Artesanías, única en la Argentina. Fundada hace más de medio siglo, pertenecía a un descendiente de sirio-libaneses que no pudo sostenerla, y la vendió a la provincia. Acá se tejen alfombras persas, y tapices con diseños a pedido, que son vendidos a los lugares más recónditos del planeta.

De rodeos y Portezuelos

El camino de cornisa que comunica el valle con los departamentos de Ancasti y El Alto, nace a dieciocho kilómetros de la capital y trepa hasta los 1870 msnm. Esta senda obliga al viajero a detenerse frente a cada nueva panorámica enmarcada en verde. El río Paclin, desde lo alto, se ve como un hilo de agua que se desliza a través del valle. El cordón del Ambato, imponente, se alza al otro lado del cerro. Y la ciudad se vislumbra bien abajo, como un pequeño manchón ceniciento camuflado en medio de un valle verde.

A la altura de los 1100 metros está el mirador “oficial”, para la foto de rigor. Hay puestos de paso, donde se pueden llevar un dulce de cayote, un vino patero o unas nueces. La ruta trepa y trepa, regada de jarillas, algarrobos, mistoles, chañares, palos borrachos, pichanilla, cardones y tunas, hasta alcanzar la cumbre, el final del camino, coronado por la hostería Polo Jiménez, nombre del autor de la célebre zamba Paisajes de Catamarca, inspirada en este camino donde ahora sopla el viento, y los cóndores planean.

A 40 kilómetros de la ciudad, aquello de que Catamarca es una provincia árida se desmitifica rápidamente cuando un valle verde se abre y serpenteando entre los cerros surgen pintorescos pueblitos como Las Juntas, Los Varela, La Puerta, Las Pirquitas – famosa por su enorme dique -, y Rodeo, una villa al pie del cerro Ambato y a la vera del río Tala, donde reina un microclima fresco. Custodiada por un Cristo Redentor esculpido en lo alto de este enclave serrano, Rodeo es un pueblo elegido por muchos capitalinos como escapada de fin de semana, y también por muchos pescadores en busca de truchas.

Belén y Londres, artesanos de hoy y de ayer

El golpe seco y acompasado de las palas de los telares retumba en el fondo de las viviendas, quebrando el silencio de un pueblo donde se trabaja históricamente la lana de oveja, de llama o de alpaca para transformarla en un poncho. Belén se caracteriza por la gran cantidad de artesanos que trabajan día a día en la confección de esta prenda nacional por excelencia, que en estos pagos es una marca registrada.

El toque final será teñirlo con fibras naturales: tintes del monte nativo, frutas, verduras y otras hierbas, cáscara de nuez, yerba mate, cebolla, algarrobo, jarilla o remolacha entre otras, son el fruto del color de un poncho catamarqueño.

Ubicada en el centro de la provincia, para llegar a Belén y seguir haciendo turismo en Catamarca desde la capital provincial hay que recorrer 320 kilómetros, buena parte por la mítica Ruta 40, que surca el país de punta a punta. Belén fue fundada en 1881 por Bartolomé de Olmos y Aguilera quien, igual que tantos otros conquistadores, le puso el nombre de su pueblo natal en España.

Londres, a quince kilómetros de Belén, es la ciudad con la cual mantiene una sana competencia en torno a los ponchos. Fundada por primera vez en 1558, tuvo que ser refundada. A pesar de todo, se trata de la segunda “ciudad” más antigua del país. Aunque, de ciudad tiene poco y nada. La Ruta 40 divide Londres, literalmente, en dos. Acá, en este bucólico pueblito, entre nogales y algarrobos centenarios, viven unos 3 mil habitantes. Acá también las casas son talleres, donde los artesanos permanecen concentrados en las coloridas telas de oveja que sus manos transformarán en magníficos ponchos, cubrecamas, fajas, caminos, y otras artesanías del estilo, siguiendo una tradición centenaria que afirma que Catamarca es la cuna del poncho.

Turismo en Catamarca: así es viajar a la ruta de los valles y del poncho

Fuerte Quemado

A 170 kilómetros al norte de Belén, por la ruta 40, se accede a la ciudad de Santa María, en pleno Valle de Yokavil. Y a diez kilómetros de la ciudad, se encuentra Fuerte Quemado, uno de los enclaves precolombinos más grandes de la región. El sitio arqueológico está rodeado por las sierras de Quilmes, la sierra del Aconquija, y las cumbres de los Calchaquíes, con picos que van de los 4300 a 5200 metros de altura que alcanza el Aconquija, el más alto de la región. Para llegar a las ruinas hay que atravesar primero el pueblo, que también se llama Fuerte Quemado. Es una pequeña localidad a la vera de la ruta 40, que divide al paraje en dos, con las casas prácticamente sobre el camino, que mantienen su estructura de adobe y son las más antiguas de la región, con construcciones de 1820 y 1930.

En este paraje de quinientos habitantes hay también una iglesia de 1879, que está considerada como una de las parroquias más antiguas del departamento. Igual que las casas, es de adobe, y conserva muebles desde su fundación.

El pueblo se encuentra dentro del Gran Camino del Inca o Qapac Ñam en quechua, el sistema vial andino que es Patrimonio de la Humanidad y que unió de norte a sur, desde Colombia a Mendoza, al imperio más extenso de la etapa precolombina.

Fuerte Quemado fue uno de los primeros asentamientos españoles, donde se instaló también la misión jesuítica Santa María de los Angeles de Yokaville. Y fueron los españoles quienes clasificaron como diaguitas a los pueblos que vivían en las serranías, que eran parte de un grupo de tribus o ayllus que de las montañas y hablaban kakan. Igual que los Quilmes en Tucumán, los akalianes y yokaviles sufrieron el destierro al finalizar la tercera guerra calchaquí.

En el sitio se pueden ver corrales de llamas, depósitos para el acopio de granos, morteros, que pertenecen a la cultura Santa María. Y en lo alto del cerro se distingue claramente una construcción de pircas, conocida como «La Ventanita». Se trata de una Intiwatana o «piedra que amarra el sol», como la que se puede encontrar en Machu Picchu. Los pobladores lo utilizaban como observatorio astronómico, y es el primer lugar por donde pasa el sol cuando despunta el 21 de junio, durante el solsticio de invierno, la fecha en que las comunidades locales festejan el Inty Raymi, la Fiesta del Sol.

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Autor y fotografía
Guido Piotrkowski

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