Viajar a Toronto: qué hacer en una de las mejores ciudades del mundo
La capital financiera de Canadá, una suerte de New York en miniatura, se distingue por su aspecto mundano que se revela a cada paso
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“Si existe en algún lugar del mundo, está aquí en Toronto”, dicen los torontianos. Se refieren a la cantidad de lenguas que se pueden oír por aquí si uno afina el oído al andar o para la oreja en un bar, pero no hace falta prestar tanta atención, el cosmopolitismo de Toronto salta a la vista en seguida.Un dato fehaciente que ilustra el dicho popular: el boletín oficial de la ciudad se publica en veinte idiomas diferentes. Con este pequeño background, viajar a Toronto es «un must» y en CONOCEDORES.com®, repasamos qué hacer en una de las mejores ciudades de Canadá (y del mundo).
Toronto es una ciudad amable. Latinos, asiáticos, africanos, árabes, sajones, todos caben en torno de esta urbe apacible que los abraza y adopta con sus usos y costumbres. Aquí se puede viajar por el mundo a través de sus comidas. La capital financiera de Canadá, una suerte de New York en miniatura, se distingue por su aspecto mundano que se revela a cada paso, en cada rostro, en cada esquina, desde el Downtown a Greektown, pasando por Chinatown, Little India, Little Italy o Little Portugal.
Toronto es una ciudad fácil. Aquí, hay que caminar, caminar y caminar, y muy de vez en cuando, tomarse el subte, el tram, o eventualmente un taxi. Toronto es trendy, bohemia, chic, hippie, cool. Toronto es moderna y antigua a la vez. Toronto es universal.
La metrópoli se erige como un emblema de la modernidad y pujanza canadienses, plasmada en las moles de vidrio del centro financiero y en la emblemática CN Tower, una torre diseño futurista, el símbolo de la ciudad, que se distingue desde cualquier esquina. Toronto, al mismo tiempo, parece esquivarle al frágil futurismo de cristal, y conserva su antigua arquitectura, palpable en sus barrios, con sus casas de dos plantas y ladrillo a la vista.
Es entonces a través de estos vecindarios que hay que caminar a paso lento y sin rumbo fijo, que el viajero puede adentrarse en el corazón de la ciudad, conocer sus secretos, usos y costumbres; su gente y sus códigos.
De barrio en barrio
Toronto se revela, se descubre, se vislumbra, a través de sus barrios. Bares y restaurantes, tiendas de diseño, galerías de arte, hoteles-boutique, mercados, forman parte del amplio menú de opciones que tiene para ofrecer los principales distritos de la ciudad, aquellos rincones que no hay que perderse. Kensington, The Junction, Yorkville, West Queen y West Queen West alguna vez fueron sitios perdidos, alejados del Downtown, esquinas frecuentadas por la bohemia, por los artistas, que suelen buscar los recovecos económicos para vivir y montar sus talleres. Y fue entonces, gracias al movimiento artístico, que esos recovecos alejados comenzaron a transformarse, y hoy son rincones imprescindibles de una gira por Toronto. También están aquellos distritos que crecieron con las diferentes corrientes migratorias, como Greektown, Coreatown y Chinatown; Little India, Little Portugal, Little Italy y hasta un Little Poland. Dicen, también, que en Toronto se puede viajar por el mundo a través de su gastronomía. Y no hay nada más cierto. Si hasta comida etíope, una rareza en otras capitales del mundo, se puede degustar.
Pero son los vecindarios emergentes aquellos que marcan tendencia, y es aquí donde Toronto se revela como una ciudad de vanguardia. The Junction fue un distrito independiente habitado a fines del siglo XIX por trabajadores de los ferrocarriles y granjeros. Aquí regía una ley seca: parece que sus pobladores se iban a las manos continuamente. El vecindario, anexado a la ciudad a principios del siglo pasado fue uno de los últimos reductos vanguardistas en emerger. Claro, solo se volvió un barrio de moda luego de que en el año 2000 derogaran la veda alcohólica. Así, se abrió la veta para nuevos restaurantes y tiendas diversas.
En las inmediaciones del Downtown está el Chinatown local, con sus coloridos mercados de frutos exóticos, y sus siempre atractivas tiendas de baratijas orientales y ropa de oferta. Ahí nomás, se entra en el planeta Kensington, el antiguo barrio judío, donde hoy se respira una atmósfera pueblerina y hippie. Callejones con graffits, tiendas vintage, de ropa usada y de diseño; un par de restós mexicanos donde sirven los mejores burritos de la ciudad, y bares varios.
Yorkville es el barrio más chic y más caro de Toronto. Todas las marcas y diseñadores están aquí. También la antigua y pintoresca biblioteca y el cuartel de bomberos, en contraste con el moderno hotel Four Seasons que se erige como una mole de vidrio su lado. Volviendo hacia el Downtown, a unas veinte cuadras por Yonge St, se llega a Queen St, un verdadero desfile de moda: todos los looks de Toronto se pueden ver a lo largo de esta avenida, “dividida” en dos distritos bien fashion: West Queen y el más novedoso West Queen West, el “distrito de artes y modas oficial” de la ciudad, bautizado así por la gran cantidad de galerías y locales de diseño independiente.
Plazas, ramblas y playas
Nathan Phillips Square es el lugar donde se conjugan pasado, presente y futuro. A su alrededor se erigen, uno al lado del otro, el nuevo y el viejo parlamento, un contrapunto arquitectónico: dos semicírculos de vidrio frente a una torre inglesa. En el centro hay una fuente de arcadas y aguas danzantes que hacen de este lugar una de las postales de la ciudad.
Desde ahí al Harbourfront, la rambla a orillas del lago Ontario, hay unas diez cuadras. Un buen tramo para ir andando. Aunque también se puede ir en subte, y aprovechar para conocer el Path, una especie de ciudad subterránea, un laberinto comercial: farmacias, supermercados, cafés, restaurantes, librerías, tiendas de licores y todo lo que se necesita para sobrevivir sin tener que salir a la superficie, sobre todo durante el crudo invierno torontiano.
En la rambla hay catamaranes que hacen paseos por el lago y cruzan a las islas. Playas, parques y hasta un balneario nudista atraen a locales y visitantes durante los meses cálidos del hemisferio norte, desde junio y hasta agosto, cuando el sol es benevolente y los días largos. El paseo dura una hora, pero se puede bajar en las islas y pasar el resto del día por ahí, tomar un poco de sol, hacer un pic nic y volver en otro catamarán.
Un paseo en las alturas
58 segundos en ascensor te transportan hasta el Look Out Point y el restaurant giratorio Horizons, ubicado a 346 metros de altura, en la famosa CN Tower, postal de la ciudad. Omnipresente, esta especie de faro anillado fue concebida originalmente como una torre de transmisión que se distingue desde todos los rincones de Toronto, y funciona como una guía para el viajero perdido. La construcción comenzó en 1973 y abrió al público en 1976. Fue el edificio más alto del mundo entre 1975 y 2010 (553, 33 metros de altura), hoy ya superado por el Burj Khalifa de Dubai (el más alto del mundo con 828 metros) el Tokyo Sky Tree ( la torre más alta del mundo con 634 metros) y la Torre de Televisión de Cantón (600 metros).
El Look out Floor es un piso de vidrio que da la sensación de estar flotando sobre el vacío, donde niños y no tan niños se tiran, se revuelcan, juguetean para la foto buscando el efecto de caer al vacío sobre la jungla de cemento. Afuera, una gran terraza panorámica regala grandiosas vistas de la ciudad. Para llegar más alto aún hay que pagar unos dólares más, y se accede así al Skypod, a 447 metros de altura, donde está el anillo más pequeño de la torre, la mejor vista de Toronto.
Y la última, el broche, el moño: si el viajero es audaz y atrevido, sino tiene vértigo, es menester que se atreva al Edgewalk, una caminata con arneses al filo del precipicio. Ahora sí, Toronto, la ciudad de los mil países. Toronto, fabulosa. Viajar a Toronto, nos espera.
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*Fotografía por Guido Piotrkowski, con la colaboración de Norberto Sica.
Fotógrafo y periodista. Cronista de viajes. Autor de "Carnavaleando", primer fotolibro de carnavales latinoamericanos
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