Así es El Soberbio: uno de los principales atractivos de Misiones
Más allá de las Cataratas, la provincia argentina tiene su selva donde sorprenden los Saltos del Moconá y una diversidad de especies
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Misiones es conocida por su gran variedad de atractivos naturales, especialmente las famosas Cataratas del Iguazú que comparte con Brasil. Pero hay mucho por hacer en la provincia, incluyendo El Soberbio, un viaje al corazón de la selva misionera, un reservorio de jungla virgen donde sorprenden los Saltos del Moconá, y una diversidad de especies vegetales apabullante.
A lo largo de toda la provincia hay saltos de aguas que resultan ideales para refrescarse. También, hay otras cascadas que no son accesibles para un baño, pero son tesoros naturales para ver, sentir y oír. Este es el caso de los Saltos del Moconá, la principal atracción de El Soberbio, que está ubicado a 280 kilómetros de Puerto Iguazú, y 230 de Posadas, en la mitad de la provincia, a la vera del Río Uruguay, frente a Brasil.
El Soberbio es la selva misionera en su máxima expresión. Aún con la tala y los desmontes, la Reserva Yabotí (tortuga en guaraní) dentro de la cual está el Parque Provincial Moconá, es un reservorio de jungla virgen, un vergel de 80 mil hectáreas, dentro de las cuales están las aproximadamente 250 mil que ocupa este parque provincial “Es la mayor expresión en Argentina de la selva paranaense, uno de los pulmones más grandes del país”, afirma Victor Motta, director de Turismo local.
El mayor atractivo del parque es el paseo en lancha por el Río Uruguay, para poder apreciar los Saltos del Moconá. Estos saltos constituyen un conjunto de cascadas que corren paralelas al río, y que pueden llegar a los diez metros de alto, siempre y cuando el caudal este bajo. Cuanto mas agua tiene el río, mas bajos serán los saltos, y viceversa. El caudal depende tanto de las lluvias, un factor que no se pude controlar, como de la represa del lado brasileño. Más allá de las vicisitudes climáticas, los fines de semana y los días lunes son los mejores para verlos, ya que es durante esos días que las represas vecinas, luego de un acuerdo con las autoridades locales, no suelen generar energía, y entonces el río tiende a bajar.
De todos modos, si no toca en suerte uno de esos días en que se ven en todo su esplendor, ya que no es una situación muy previsible, visitar el parque vale la pena. En el Centro de Informes, los informantes dan una pequeña charla explicativa sobre saltos y el ecosistema local. Además, hay carteleras con información sobre la flora y fauna local. Al lado, un restaurante con una carta que incluye algunos platos de la gastronomía local.
Hay senderos selva adentro en los que se puede ver enorme cantidad de árboles nativos que pueblan esta jungla exuberante: Guayubira, Chachí, Jabuticaba, Grapia, Cedro o la ultrarresistente liana Cipó, una enredadera que abraza los árboles, y siguen los nombres las especies árboreas nativas que habitan esta selva fantástica.
Los senderos son tres recorridos de baja dificultad, pero bien agrestes. El sendero de La Gruta desemboca en una cascada preciosa, y tiene un kilómetro y medio de largo aproximadamente. En tanto, el sendero Chachí, que es el más extenso, tiene unos dos kilómetros y al final tienen un mirador con una gran vista al río Uruguay. Mientras que el sendero Mítico es el más simple, ideal para caminar con niños o personas con poca movilidad. Se trata de un recorrido temático que aborda las leyendas locales.
“En Moconá la selva no fue tocada. Hay una lianas que son gigantes – afirma Leo Rangel, guardaparques – Y eso no se ve en Iguazú”.
Este paraje, donde habitan unas 5 mil personas, pertenece al departamento de Guaraní. Contando la población rural y urbana, hay unos 80 mil habitantes en la zona. Como bien indica su nombre, cuyo origen no es muy sofisticado, es un sitio que cautiva por belleza. Se dice por acá que viene de la frase de una de las primeras personas que llegó al Arroyo Guarambocá. “¡Qué soberbio lugar!”, dicen que dicen que dijo aquella persona.
El pueblo se fundó hace 75 años y su población ingresó en mayor medida desde Brasil, como los jangaderos, que eran los encargados de maniobrar río abajo las grandes balsas de troncos llamadas jangadas. Algunos de estos jangaderos, como el primer colonizador Don Arturo Henn y el primer docente Fenocchio, fueron las que con el paso de los años fueron forjando este nuevo asentamiento y fundaron el pueblo en 1946.
Este lugar protegido por la reserva Yabotí tiene hoy en día una serie de lodges selva adentro que constituyen en si mismas una de las razones para venir. Muchos ofrecen, además del alojamiento de primer nivel, actividades de turismo aventura. El pueblo es muy tranquilo, simple, y tiene una costanera con vista al río Iguazú, ideal para ver el atardecer. Al otro lado se ve el pueblo fronterizo brasileño, Porto Soberbio, El Soberbio es la capital nacional de las esencias, un sitio donde florecen las orquídeas y se dio muy bien el cultivo de la citronela, una planta aromática.
Para conocer la historia local de esta planta y sus beneficios, uno de los emprendimientos familiares que se puede conocer por acá es el de Ademar Galiano y su familia, Agro Galiano, que se dedican a la producción y extracción de citronela, que no es nativa pero que se adaptó muy bien a estas latitudes. De ella extraen más de 150 componentes, según destaca el propio Ademar Galiano, quien en su chacra de seis hectáreas produce desde repelentes y desinfectantes hasta pipetas para mascotas. También se usa mucho en las spa para los masajes, y para fragancias en cosmética y perfumería.
En su chacra, rodeada del verde que caracteriza a la región, donde aún trabaja con carros de bueyes que andan sueltos por ahí, Ademar enseña a los visitantes el proceso de extracción de esta aromática exquisita, enseña con orgullo su caldera, que desarrolló el mismo, y el sitio donde almacena las hojas. Mientras tanto, cuenta la historia de su familia, que llegó de Brasil hace más de sesenta años, pero que antes habían migrado de Europa hacia el gigante sudamericano.
En la chacra hay un sendero en el que se puede apreciar una porción de selva misionera y sus infinitas especias de árboles, lianas y flores. Con suerte y viniendo en la época exacta, hacia el verano, se ven orquídeas, que florecen una vez al año. El senderito es apenas empinado y desemboca, como no, en un salto de agua, ideal para refrescarse en uno de esas jornadas calurosas, bien misioneras.
Leo Rangel llegó a estos pagos hace unos treinta años desde Montevideo, Uruguay, donde había hecho la carrera de guardaparques. Luego de trabajar unos años como comerciante, comenzó a desempeñarse como guardaparque en el Parque Provincial Saltos del Moconá. Por esos tiempos compró una porción de tierra que en aquel momento era una chacra desmontada a mitad de camino entre el pueblo y el parque, a la vera de la Ruta 2, que era un camino de tierra. Hoy, aquella chacra es un vergel impresionante de 38 hectáreas, y la ruta está asfaltada. En el camino hay algunos miradores para detenerse a contemplar el paisaje, y algunos desvíos que llevan a saltos de agua y a los lodges.
Rangel llamó a su pequeña porción de paraíso Yasí Yateré, una palabra en guaraní que tiene dos acepciones.
Una de ellas deriva de un ser de la mitología nativa, que es como un guardián justiciero de la selva. La otra corresponde al nombre de un pájaro escurridizo.
Seis de las treinta y ocho hectáreas son las que utiliza Rangel para las dos confortables cabañas que tiene como alojamiento – y una más en construcción- y para la actividad productivo – turística. El resto lo conserva como una reserva intangible. En total hay por acá cerca de mil plantas productivas, algunas de fibra como el agave y la rafia, muchas otras aromáticas y comestibles. “Solo en frutales tenemos más de trecientas variedades entre nativas y exóticas”, afirma Leo, mientras recorremos su paraíso.
Durante el recorrido, Leo, machete en mano, ofrece ir probando de los frutos que recolecta en el momento, cultivos que, por supuesto, son libres de agroquímicos.
Al terminar el recorrido, invita a los visitantes a degustar un té, mate o café con esos frutos, que son de su propia cosecha, igual que los dulces que elaboran, como el de mamóm o guayaba por mencionas algunos.
La idea es que el visitante aprenda sobre estas plantas, pueda olerlas, palparlas degustarlas. “Los aromas y sabores tienen que ver con el subconsciente – dice Rangel -. Algunos te llevan a la infancia, como un deja vú. Los aromas te conectan con partes del cerebro, con situaciones de tu infancia. Lo mismo ocurre con los sabores de las frutas. La mayor cantidad de nuestros visitantes son de la ciudad, y este es un momento de conexión con la naturaleza”.
Y de eso se trata una visita al Soberbio, de conectar con la naturaleza en su máxima expresión.
Más información en el website oficial de turismo de Misiones.
Fotógrafo y periodista. Cronista de viajes. Autor de "Carnavaleando", primer fotolibro de carnavales latinoamericanos
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