¿Qué visitar y hacer en Salta más allá de Cafayate? Tolar Grande
Un viaje a la inmensidad del desierto de altura salteño, enmarcado en paisajes de otro planeta. ¿Cómo llegar desde Salta y qué hacer?
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Mundos lejanos, geografías extremas, parajes inhóspitos. Caminos sinuosos, territorios ásperos, climas hostiles. Caseríos de adobe, pobladores que arrean sus llamas, que mascan coca, que hablan lento, pausado, bajito. ¿Qué visitar en Salta más allá de Cafayate? Tolar Grande es el lugar.
En la Puna, en este rincón alto y seco del norte de Argentina que se extiende a Chile, Bolivia y más allá, que asciende a los cuatro mil metros sobre el nivel del mar, ahí donde el cielo parece fusionarse con la tierra, donde el barro se transforma en hogar, y la fe, corporizada en la Pachamama, se aferra a las montañas, vibra una fuerza natural.
En la Puna, este desierto, dónde nunca llueve, dónde el agua es un bien escaso, hay que esquivarle al soroche – o mal de altura – que permanece latente al paso por esta región de belleza indómita en la que falta el oxígeno, y es menester mascar a hoja de coca para paliar sus efectos. Una región que, pese a sus adversidades, encandila tanto como el sol por estas latitudes.
No es fácil llegar a parajes como Tolar Grande, en la puna de Salta, pero el esfuerzo vale la travesía. Y es justamente el trayecto, matizado por paisajes desolados y abrumadores, uno de leit motivs del viaje.
Cerros suavemente ondulados, que por acción u omisión de la luz cambian de color; y por acción de los minerales que anidan en su interior se tiñen de ocres, rojos y amarillos. Cerros cónicos, piramidales, triangulares, cincelados por el ímpetu de los vientos, que dan forma a algunas de las montañas más altas de la Cordillera de los Andes. Cerros sagrados, que en agosto, el mes de la Pachamama, se vuelven montañas de fe, cuando los pobladores suben al Cerro Sagrado, a un lado del pueblo, para hacer sus ofrendas, que se renuevan en noviembre, con el ascenso a la cumbre del Macón, otro de los cerros sagrados de la región.
La tola es un arbusto achaparrado, de esos rastreros. La Tola es una de las pocas especies vegetales que pueden sobrevivir en medio de las condiciones desérticas que imperan por estos pagos. La Tola, cuando se encuentra en grandes grupos, pasa a ser un tolar. Y acá, en este gran tolar, un pueblo ferroviario enclavado en medio de paisajes que se asemejan a postales lunares, habitan unas doscientas personas que, al igual que la tola, resisten a la dureza del clima, la amplitud térmica propia del altiplano, la falta de agua y la sequedad.
El tren de cargas ya no pasa más, desde que en 2002 el ramal C14 dejó de cubrir el trayecto que recorría hasta Socompa, la frontera con Chile. Y entonces, sus doscientas y tantas almas ahora reconfiguran su modo de vida al ritmo del turismo sustentable, como alternativa al paso del tiempo y del ferrocarril.
Para llegar desde la ciudad de Salta hay que recorrer unos 360 Kilómetros, atravesando pueblos como la Quebrada del Toro, Santa Rosa de Tastil, San Antonio de los Cobres y otros pequeños caseríos. La sucesión de paisajes, siempre deslumbrantes, tiene en esta senda varios hitos, comenzando por las famosas Siete Curvas, icono y postal de esta ruta, un mirador con vista panorámica a un camino zigzagueante que conduce a un grupo de cerros y geoformas fantásticas, cónicas, triangulares, piramidales. Imágenes que se suceden en puntos como el Laberinto, el Desierto del Diablo, el Salar del Diablo, algunos de los sitios obligados para detener la marcha.
En las inmediaciones de Tolar, se alzan volcanes dormidos y sagrados como el LLullaillaco, donde una expedición de National Geographic encontró en 1999 las momias de tres niños incas que permanecieron congeladas a más de seis mil metros de altura durante unos quinientos años. Hoy, las atesora el Museo de Alta Montaña de la capital salteña.
Todo el territorio que rodea Tolar forma parte del Área Protegida “Reserva Natural de Flora y Fauna Los Andes”, una de las reservas de mayor superficie del país, con 1.444 000 hectáreas. Se trata de una reserva compleja, donde hay que mantener un delicado equilibrio entre las comunidades, la minería, la ganadería, el turismo y la conservación de especies.
Muy cerca del pueblo, a cinco kilómetros ideales para cubrir a pie, se pueden visitar las salinas del Ojo del Mar, de origen volcánico y con piletones de agua dulce donde subsiten los curiosos estromatolitos, una serie de bacterias que constituyen la forma de vida más antigua del planeta, que se encuentran en muy pocos sitios del mundo, y fueron descubiertos en el año 2009 por la bióloga argentina María Eugenia Farías. La caminata se puede aprovechar para avistar y fotografiar vicuñas y la escasa y achaparrada flora autóctona, como las tolas, yaretas o rica rica.
Dos kilómetros hacia el norte se encuentra la Cueva del Oso, una curiosa formación dentro de un pequeño morro que fue perforado por la acción indómita del viento y la salvaje amplitud térmica. Tres kilómetros hacia el norte también, se encuentran las impresionantes dunas del Arenal, un sitio ideal para hacer un trecking de altura y llegar así hasta el mirador desde donde se obtiene una de las mejores panorámicas de la Cordillera de los Andes: el Salar de Arizaro y los volcanes que lo rodean como el Llullaillaco, el Socompa, el Arizaro, el Aracar, el Guanaquero y el Macón. Al Arenal solo se puede llegar en vehículo doble tracción, y en algunas épocas del año es también un lugar óptimo para practicar sandboard.
Mas alejados, pero aún en la zona de influencia, se encuentran otros rincones espectaculares como el imponente Cono de Arita, una pirámide perfecta ubicada en medio del salar de Arizar, que es a la vez un sitio sagrado y pudo ser un centro ceremonial Inca. Esta enigmática montaña está ubicada a 72 kilómetros del pueblo, y el trayecto se aprecian el salar y majestuosas vistas de la cordillera y sus volcanes. Otro de los puntos que se recomienda visitar es la Laguna Santa María, un espejo de agua ubicado a 65 kilómetros del pueblo, al pie del volcán Incahuasi. La hora clave para ir es por la mañana, ya que la ubicación del sol permite avistar mejor a los flamencos rosados, las parinas, los patos y gallaretas que habitan por acá.
El volcán Socompa y la laguna Socompa están más lejos aún, a 140 km del pueblo, en el límite con Chile, y es acá donde terminaba el recorrido del ramal C – 14, luego de recorrer 571 kms. El volcán es uno de los gigantes de la cordillera, y se puede ascender hasta hacer cumbre, que supera los 6 mil metros de altura.
Un poco más cerca están el Campamento La Casualidad y la Mina Julia, ubicados a 130 kilómetros. Se trata de un antiguo campamento minero, abandonado y desmantelado donde funcionó la mina de azufre más importante de Argentina.
Fotógrafo y periodista. Cronista de viajes. Autor de "Carnavaleando", primer fotolibro de carnavales latinoamericanos
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