Todos los secretos de Machu Picchu: la sorprendente ciudadela de los incas
Permaneció oculta en la selva por más de cuatrocientos años. Un viaje en el tiempo por uno de los complejos arqueológicos mas visitados del mundo
Una producción original de Conocedores
Dicen que Pachacutec, el noveno Inca, pasó cinco años buscando el lugar adecuado para erigir Machu Picchu, la ciudadela de los incas, que se transformaría en su residencia final, y lo encontró aquí, en medio de la ceja de selva, un sitio que contaba con las necesidades básicas: el acceso al agua, una ubicación estratégica, y el material para la construcción.
Se cree que fue habitada unos cien años, y que habría sido abandonada, súbitamente, ante el avance español en Cusco. El Santuario Histórico de Machu Picchu, ubicado a 2.500 metros de altura es Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco desde 1983. Existen dos maneras de llegar hasta aquí: en tren desde Ollantaytambo, uno de los pintorescos pueblitos del Valle Sagrado, hasta Aguas Calientes, ubicado al pie de las ruinas. Desde allí suben los ómnibus que dejan al visitante en las puertas del complejo arqueológico. Los más aventureros pueden recrear el antiguo Camino del Inca a pie durante tres días.
El descubrimiento
En 1911, unos cuatrocientos cincuenta años después de su construcción, el explorador e historiador hawaiano de origen estadounidense Hiram Bingham descubrió, casi de casualidad, las ruinas de Machu Picchu. El hombre iba tras la ciudad perdida de Vilcabamba, el ultimo bastión incaico en la resistencia contra el avance de las tropas españolas, y no tenía idea de su existencia. Durante la expedición, conoció a unos lugareños que le indicaron que en lo alto de la montaña existían unas ruinas perdidas. Hacia allí fueron y se encontraron entonces con la ciudadela, sumergida en lo profundo de la selva, completamente tapada por la maleza.
Estas tierras del valle del Mandor estaban habitadas por campesinos que utilizaban las mismas terrazas de cultivo que los antiguos habitantes, sin saber quienes las habían construido. Fue el pequeño Pablo Álvarez, hijo de uno de estos campesinos, quien guió a Bingham, a fuerza de machete, a abrirse paso entre la maleza y así sacar a la luz las gigantescas construcciones de granito. Bingham volvió entonces un año después con una nueva expedición, y se llevó una buena cantidad de piezas para estudiar en la Universidad de Yale, que pudieron ser repatriadas en 2011, para el centenario del descubrimiento. Estaba un metro y medio bajo tierra . Para limpiarlo tuvieron que sacar toneladas de tierra, y los muros seguían intactos. Solo un quince por ciento del total de las ruinas fue reconstruido. La mayor parte del complejo arqueológico se encuentra entonces en su estado original.
El rey Sol
La Casa de los Guardianes es uno de los puntos más altos, ideal para esperar la salida del Sol, amo y señor de estas tierras. En frente, se ve el cerro Huayna Picchu, una postal de las ruinas. Para acceder hay que reservar un lugar previamente, ya que desde hace algunos años tiene el ascenso restringido a unas cuatrocientas personas por día. Huayna Picchu quiere decir montaña nueva en quechua, mientras que Machu Picchu significa montaña vieja.
Desde este punto privilegiado los centinelas custodiaban las posibles invasiones.
En los viejos tiempos aquí esperaban al Sol en otros rincones. El solsticio de invierno, el día más corto del año, era la jornada en que el astro rey era aguardado con ansias. Los incas vivían por y para el Sol, le rendían culto y pleitesía, sabían que de él dependían sus vidas y sus cosechas.
El inca celebraba la fiesta del Sol esperando que el primer rayo traspasara la ventana orientada hacia el este, en el Templo del Sol, y que su luz iluminara la parte central de la mesa de ofrendas. Ese primer toque era el símbolo de que estaba de acuerdo con ellos, y así se daba inicio al nuevo año. El templo está construido con gigantescos bloques de piedra encastrados a la perfección.
Como la mayoría de las civilizaciones precolombinas, los incas dedicaban mucho tiempo a la observación de los astros. Sabían cuándo era la noche mas larga, el día más corto y más frío del año. Y también eran supersticiosos, hacían ofrendas y sacrificios.
La ciudadela y la Intiwatana
En la plaza principal está el Templo de las Tres Ventanas. Al pasar la luz del Sol por la ventana central, proyectaba una sombra y completaba la Chakana, la cruz andina, la simbolización de la religión andina. Tiene tres escalones a cada lado, arriba y abajo, que representan los tres mundos: el de arriba con el cóndor, el de aquí con el puma, y el de abajo, con la serpiente.
Lo mismo ocurría –y ocurre hasta hoy en día- en la Intiwatana , o la “piedra donde se amarra al sol” en quechua. Todos los sitios agrados del imperio tenían una. Aquí, se encuentra en el centro mismo de las ruinas. Se dice que el Inca tenía una soga de oro que amarraba a la Intiwatana. Entonces, cuando el sol entraba en contacto con la piedra, el emperador, que era el único que tenía acceso al lugar, tocaba la roca y captaba su energía, y esa energía era la que transmitía a la población. Ese era el objetivo de las Intiwatanas.
La Puerta del Sol es el lugar por el que entran los aventureros que prefieren hacer el “Camino del Inca”, el trekking de cuatro días que parte desde el kilómetro 82, cerca del pueblo de Ollantaytambo. Desde allí, se obtiene una de las mejores panorámicas de las ruinas. Muchos coinciden en que aquí hay una energía especial, y están convencidos de que tocando la Intiwatana absorberán, aunque más no sea un poco de aquella energía. La energía del Sol. La energía de la selva. La energía de Pachacutec. El sueño inconcluso del Inca, que resistió inerte al paso del tiempo.
Fotógrafo y periodista. Cronista de viajes. Autor de "Carnavaleando", primer fotolibro de carnavales latinoamericanos
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