Viajando por Perú: qué hacer en Iquitos, la puerta hacia el Amazonas
Iquitos es una ciudad que no tiene conexión terrestre con el resto del mundo. Hasta aquí solo se puede llegar por aire o agua. ¿La conocemos?
Una producción original de Conocedores
Hace un siglo, Iquitos, también conocida como la «capital del caucho» fue una ciudad floreciente al borde de la selva de Perú, pero a partir de 1915 entró en decadencia. Sin embargo, en 1982 volvió a los primeros planos de la mano del cine. El prestigioso director alemán Werner Herzog llegó para rodar Fitzcarraldo, con Klaus Kinski como protagonista. La historia hizo foco en los barones del caucho, un producto que trajo riqueza para unos pocos europeos y desventuras para las comunidades indígenas.
Hoy, el auge es el turismo; la ciudad atrae visitantes de todo el planeta con ansias de explorar el Amazonas.
Vagando por el centro de Iquitos, que tiene su plaza de armas y catedral correspondiente, hay dos cosas que llaman la atención. En principio, el ruido ensordecedor de los mototaxis, unas simpáticas y coloridas motitos de tres ruedas con espacio atrás para llevar dos o tres pasajeros, que viajan apretujados en medio del caótico tránsito.
Estos vehículos, unos treinta mil aproximadamente en esta ciudad de más de 400 mil habitantes, son el principal medio de transporte de la ciudad. Además de ruidosos, son atrevidos, se meten en todos los huecos. Una vez que corta el semáforo, sobreviene el silencio, un ligero alivio que durará hasta la próxima luz verde, cuando los conductores acelerarán y volverá el run-run infernal.
Otra cosa que llama la atención es una construcción de metal, con arcadas, sobre una de las esquinas, más conocida como «La Casa de Hierro». Esta rareza es una de las tantas viviendas que quedó de la era del caucho. El proyecto es de Gustavo Eiffel, el mismo arquitecto de la famosa torre parisina que lleva su apellido y fue traída en barco desde Europa.
Iquitos es una ciudad que no tiene conexión terrestre con el resto del mundo. Hasta aquí solo se puede llegar por aire o agua, y la única carretera que existe tiene unos 100 kilómetros y llega poco más allá de Nauta, la pequeña localidad vecina.
Iquitos floreció en la época del caucho. El puerto más importante de la selva peruana, está ubicado a kilómetros de Tabatinga, frontera con Brasil, y Leticia, divisa colombiana, una triple frontera amazónica. Son de ocho a doce horas de barco, dependiendo de la embarcación y la crecida del río. Hasta aquí vienen viajeros de todo el mundo para incursionar en el mítico amazonas. Y hasta aquí llegaron los ingleses atraídos por la fiebre del caucho, para explotar este recurso que fue clave en la industria automovilística, pero también se utilizó para al confección de calzados, y tuvo su auge entre 1880 y 1915.
De aquellos tiempos quedaron una serie de casas, opulentas construcciones coloniales transformadas en museos, dependencias estatales, y hoteles boutique en las inmediaciones del centro histórico y frente al agradable paseo costero. Preciosas mansiones con frentes de azulejos, puertas y ventanas con arcadas.
Hoy, Iquitos resurge de la mano del turismo.
«Hay maparate, hay sábalo, hay paiche», vocifera una de las tantas vendedoras en uno de los tantos miles de puestos de este gigantesco mercado a cielo abierto con puestos de madera que se extienden a lo largo de varias calles como un laberinto en el singular distrito de Belén.
El mercado es muy visitado por los turistas. pero es cien por ciento autóctono. Hay que perderse en este laberinto de productos amazónicos, donde cada día llegan los pobladores de las comunidades de la región a vender sus productos. Ecologistas, abstenerse, podrían escandalizarse con las tortugas gigantescas abiertas al medio, alimento típico de la región que se ofrece en varios puestos, o con algún hombre caminando con un caimán al hombro, medio camuflado, porque está prohibido comercializarlos, igual que las tortugas y otros bichos, pero que será ofrecido al mejor postor. O encontrarse con un matrimonio que tiene a un monito de mascota, al que cuidan como un hijo: el mono lleva pañales. Por eso, aunque todo el mundo lo sepa, algunos puesteros evitan las fotos.
El mercado es fascinante. La abrumadora variedad de productos amazónicos está exhibida en esta babel alimenticia, que resulta en una mezcla de aromas ecléctica, donde el olor a pescado se confunde con las frutas frescas y las verduras y la carne seca y los inciensos.
Aquí hay una centena de frutas tropicales, una veintena de granos diferentes, una cincuentena de especies de pescados nativos y verduras locales, y una decena de especias autóctonas. Y rarezas como el aguaje, un gusano que crece en las palmeras muertas y que es una delicatesen, con el que se hacen hasta helados. También se consiguen productos de otras regiones, de la sierra y del Pacífico, mucho más caros, y una planta que muchos viajeros vienen a buscar especialmente: el ayahuasca, la mítica enredadera alucinógena.
A pocos kilómetros de la ciudad está el Centro de Investigación de la Amazonía peruana. Un proyecto que se encargan de la protección de los manatíes, mamífero acuático característico de la Amazonía y otros pocos lugares, una especie amenazada. Aquí, curan, cuidan, alimentan, recuperan y reinsertan en su hábitat natural a muchos de estos animales que son víctimas de la caza ilegal. Históricamente, las poblaciones nativas los cazaban para comer. Hay quienes los tienen como mascotas. Les dan leche y mueren, porque la leche de vaca les hace mal. Cuando son mayores los cazan para consumir su carne, y a las crías o las dejan o las tienen de mascotas, o las venden en el mercado negro.
El manatí puede llegar a medir tres metros y pesar 400 kilos, no tiene predador natural, tienen pocas crías, y no tienen dientes ni garras, solo un molar para masticar las plantas. Es un animal fundamental para el equilibrio biológico de la selva, ya que tienen una función muy especial: comen la «lechuga del agua», la planta acuática que crece en el río, de la que llegan a devorar unos 60 kilos diarios. Así, «limpian» el río y permiten la entrada del sol, y el oxígeno. Si el manatí despareciera nadie podría hacer ese trabajo. En muchas zonas donde disminuyó la población, la planta creció mucho, porque es invasora, no entran los rayos, y algunos animales se van o se mueren. explica la bióloga.
Los visitantes pueden darles de comer en la boca a los que se encuentran en los piletones en estado avanzado de recuperación. Son bichos dóciles y amigables. Una vez que están sanos, son llevados a zonas protegidas como la reserva para que no vuelvan a cazarlos. Se les pone un chip para monitorearlos, durante un ańo, que es el tiempo que tarda el cinturón en caerse, y son seguidos por un biólogo. Además se hacen concientizaciones en las comunidades para que los apoyen y no sigan cazándoles, y los niños ayudan a hacer liberaciones.
El río Amazonas atesora dos mil especies de peces, cuatro mil especies de aves, incluyendo 120 colibríes, 60 especies de reptiles como el caimán y la anaconda, la serpiente no venenosa más grande del mundo y mamíferos como el sagui, anteater, tapir, capibara y delfín rosado. Suspendido entre 14 árboles, con 35 metros de altura y más de 500 metros de largo, el puente colgante es uno de los puentes colgantes más largos del mundo y resulta un mirador espectacular para observar la fauna y flora de la Amazonia. Es accesible a todo el mundo y no requiere de ninguna habilidad o equipo especial.
Fotógrafo y periodista. Cronista de viajes. Autor de "Carnavaleando", primer fotolibro de carnavales latinoamericanos
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