Viajar a Brasil: las mejores cosas para hacer en Jericoacoara
29/12/20   |   Viajes

Viajar a Brasil: las mejores cosas para hacer en Jericoacoara

Paseos en buggy entre las dunas, manglares, lagunas y playas de ensueño en uno de los destinos imperdibles en el noreste de Brasil

Guido Piotrkowski Redacción
Guido Piotrkowski

Viajar a Brasil es garantía de diversión y entretenimiento. Pero hay lugares que tienen más atractivos que otros, con sus propias particularidades. Por eso, en CONOCEDORES.com®, repasamos las mejores cosas para hacer en Jericoacoara: desde paseos en buggy entre las dunas, manglares, lagunas a, obviamente, playas de ensueño.

Jerícoacara, o simplemente Jerí, el pueblo de arena, fue “descubierto” por mochileros que comenzaron a llegar al filo de la década del setenta, y popularizado en Brasil y todo el mundo gracias a una nota que publicó el Washington Post promediando la década del noventa, que lo incluía en un listado de las diez mejores playas del mundo. A partir de ahí, ya nada fue igual.

La playa de los vientos

Jeri se hizo famoso por su mezcla de dunas, palmeras, cavernas y piscinas naturales. Eso atrajo los primeros mochileros de boca en boca. Y cuando apareció la nota en el Washington Post, se produjo el bum. La prensa brasileña se preguntaba que playa era aquella, en el confín de Ceará, conocida por estadounidenses y o por brasileños. Acá, donde el viento es gran protagonista, muchos llegan en busca de las mejores condiciones para la práctica de kitesurf o windsurf.

Hoy en día, si bien hay una ruta pavimentada desde la ciudad de Fortaleza, capital del estado de Ceará, para acceder a Jericoacoara hay que atravesar sí o sí un buen tramo de arena, ya sea por las dunas que pertenecen al Parque Nacional Jericoacoara, o entrando por la playa de Preá, el pueblo vecino, desde Jijoca, la ciudad donde llegan los ómnibus de larga distancia. Desde ahí, se puede abordar la famosa “Jardinera”, que hace el trayecto de arena, y que contribuyó al crecimiento de Jerí, en base a un crecimiento sustentable, armonioso, cuidado.

Acá no hay lugar para calles de asfalto, ni grandes hoteles ni bancos. Por acá hay mas de una centena de posadas rústicas para todos los presupuestos, barcitos y restaurantes con excelente cocina y mucha onda, negocios de artesanato, y una playa extensa, preciosa, con aguas calidas.

Hacia 1992 era muy poca la gente que llegaba hasta acá: aventureros y hippies que enfrentaban cualquier cosa para llegar, incluso a pie. Fue entonces cuando Ricardo Jataí, que trabajaba en la empresa de ómnibus local tuvo la gran idea de reformar una camioneta Toyota. La desmontó y le colocó bancos de madera. Hoy, son cuatro vehículos que hacen el trayecto y otras dos 4 x 4 . La bautizaron de Orni: Objeto Rodovario no Identificado.

La duna de la puesta del sol

Llegar a Jericoacoara al atardecer es un gran espectáculo. Un sinfín de turistas y moradores suben la duna que nace al final del pueblo y desemboca en el mar, la “Duna do por do sol” (duna de la puesta del sol). Poco antes del ocaso, la gente sube en procesión. Locales y visitantes toman posición de frente al horizonte, al mar, al infinito donde febo va sumergirse en instantes. Se reproducen los flashes, mimos, besos, abrazos, sonrisas.

Poco después, la procesión desciende y comienza la rueda de capoeira en la playa, frente al mar. Comienza la música, suena el berimbau, los tambores, y los capoeiristas entran en el círculo de a dos para practicar esta lucha ancestral, un juego de acrobacias. Anochece. La rueda concluye y la playa se vacía. Se encienden las lucen en el pueblo de arena.

Paseo de buggy

Los buggys son parte del paisaje de Jerí. Rojos, amarillos, blancos, estos simpáticos automóviles son ideales para andar por las dunas y la arena, “con o sin emoción” como suelen preguntar los buggeiros. En los alrededores de Jerí existen varias alternativas de paseos para hacer, siendo los que van hasta las lagunas Paraíso y Azul, y hasta Tatajuba, los más requeridos.

El paseo a Tatajuba es de los más completos. Se parte de mañana y se vuelve luego del almuerzo. La primera parada es frente a un lago donde se hace un paseo en bote por donde, dicen, se ven caballitos de mar. Más adelante se llega a la frontera con Mangue Seco, y se atraviesa el río Guriu con el buggy montado en una balsa. Enseguida, el buggy pasa dentro del manglar seco, un laberinto atravesado por un sendero de arena donde solo pasa el vehículo, en medio de ese enjambre de árboles que echan sus raíces en la costa de los ríos tropicales.

Poco después se llega a la vieja Tatajuba, un pueblo que fue enterrado bajo la arena hace cuarenta años. Dona Delmira es testigo de aquellas vivencias, y es quien se encarga de contar la historia una y otra vez, a todos quienes lleguen a su lugar, un parador de madera y techo de paja. Allí, se puede tomar un coco fresco o comprar alguna artesanía. Y allí está ella detrás de una ventada de adobe, como las viejas casas. Dona Delmira recita una y otra vez, de memoria, sus vivencias. Cuanta que la casa de su papá quedaba al lado de la iglesia que fue enterrada. Que primero cayó el techo y después las paredes. Que se bautizó allí, que luego del vendaval ni las paredes quedaron en pie. El viento trajo arena y las dunas destruyeron las casas. Fue un proceso lento que duró unos quince años. Las casas se caían, pero los moradores se levantaban y sacaban la arena. Finalmente, hubo que mudar el pueblo. Ahora en Nueva Tatajuba viven unas 1200 personas, y tiene una iglesia que es la réplica de la antigua.

Desde el parador se ve una duna enorme, blanca, hermosa. Los más viejos dicen que esa duna está encantada porque llegan a ver luces en la noche y algunos hasta aseguran que escuchaban gente conversando y hasta bandas de forró.

En la Duna Encantada, el mayor encanto y emoción es tirarse en sandboard y «skybunda», o culipatín en criollo. El paseo continúa entre dunas hacia las enormes Dunas del Nihuil, sitio ideal para una gran panorámica.

El punto final es en la Lagoa da Torta. Allí hay varios chiringuitos que ofrecen pescado y frutos de mar, vendedores ambulantes de queso a la brasa y dulces, y un montón de hamacas para dormir la siesta flotando sobre la laguna. Luego, solo queda emprender el regreso a Jerí, donde espera un nuevo y mágico atardecer, sus calles de arena y sus noches de samba, bossa nova y forró.

Autor y fotografía
Guido Piotrkowski

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