Tres Patrimonios de la Humanidad para viajar: Cusco, Masada y Humahuaca
Son completamente distintos, están ubicados muy lejos uno del otro, pero tienen algo en común: son Patrimonios de la Humanidad
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Son completamente distintos, están ubicados muy lejos uno del otro, pero tienen algo en común. Son tres Patrimonios de la Humanidad que hay que visitar y conocer, con paisajes soñados y mucha historia por conocer: Cusco, Masada y Humahuaca.
Las ruinas de Masada están ubicadas en un entorno natural privilegiado, en lo alto de una montaña, en la ruta a Jerusalén y antes de llegar al acceso principal del complejo hotelero del Mar Muerto. Desde a arriba se domina gran parte del desierto de Judea y se avista Jordania al otro lado; una panorámica preciosa que complementa este paseo histórico. Un eximio paisaje con una trágica y épica historia.
Masada es un Parque Nacional y Patrimonio de la Unesco desde 2001 y representa para los habitantes de Israel un capítulo fundamental en las historias de guerras y resistencias.
Fue el ultimo bastión del reino de Judea en la resistencia contra el Imperio Romano, que había ocupado Jerusalén y destruido el Primer Templo. La caída de este lugar significó la derrota del Reino de Judea en la era del Segundo Templo, aquel que construyó Herodes y que también fue destruido. De aquel santuario sólo quedan vestigios que constituyen el sitio más sagrado para el judaísmo: el Muro de los Lamentos, ubicado en la ciudad vieja de Jerusalén.
Masada –o Metzuda en hebreo, que quiere decir “fortaleza”– fue reconstruida por Herodes el Grande, rey de Judea, Galilea, Samaria e Idumea desde el 40 a.C. hasta su muerte, en el 4 d.C. El rey tuvo que dejar a su familia aquí mientras huía del ejército del pretendiente parto, Antígono. Sometidos a asedio, los partidarios de Herodes se salvaron cuando una lluvia repentina llenó las cisternas de agua. Fue el mismo rey entonces quien eligió reconstruir este enclave en el medio del desierto, en esta meseta de altura en las orillas del Mar Muerto, como un refugio contra los romanos y también contra los rebeldes judíos.
Pero lo erigió además como su residencia de invierno. Por eso Masada era más que una simple fortaleza, era una verdadera ciudadela en las alturas, que además de dominar gran parte del desierto de Judea, tenía palacios de lujo, almacenes para acopiar comida, cisternas para almacenar agua, una sinagoga, salas de baño colectivas. Al estar en medio del desierto, los moradores juntaban agua de lluvia e idearon su propia forma de canalización. Gracias a la sequedad del entorno muchos vestigios se conservaron, y se encontraron en las excavaciones que comenzaron en 1969 y aún continúan, que sacan a la luz tinajas de barro, estantes y telares, monedas, pergaminos, trozos de papel, pinturas, entre otros varios tesoros.
Para subir a las ruinas existen dos accesos, el lado este y el oeste. Una buena alternativa para recorrerlas es subir en el teleférico y bajar a pie. Por el lado este se puede acceder mediante una caminata de una hora, o tres minutos de cablecarril. Por el lado oeste, en cambio, la caminata es mucho más corta: en unos 15 minutos se llega a la cima. Es en este sector también donde se hace también un típico show de luz y sonido que narra la historia épicamente.
Cusco, según sus acepciones en quechua, es el “ombligo”, el centro, el lugar donde nace el universo, y se constituyó entonces en el punto desde donde se expandiría el Tawantinsuyu, las cuatro regiones o puntos cardinales del imperio Inca, que se extendió desde el sur de Colombia hasta el norte argentino. Hay otra versión, menos épica, que está basada en investigaciones arqueológicas según las cuales la ciudad, hoy parte de Perú, fue poblada por los habitantes del reino de Tiwuanaku, al norte de Bolivia, que se encontraba en decadencia, y encontraron acá un vergel de agua y tierras fértiles para sus cultivos.
Caminar por las calles cusqueñas es el equivalente a viajar en el tiempo. A cada paso, siglos de historia. Balcones y arcadas coloniales, callejuelas de los tiempos incaicos y ruinas en gran estado de conservación empujaron a la Unesco a declararla Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1983. La Plaza de Armas o Huacaipata, que significa “lugar de llanto”, es el corazón de Cusco. En el centro se erige la estatua del Inca (emperador) Pachacuteq. La plaza es un buen punto de partida para desandar, lentamente, esta ciudad ubicada a 3400 metros sobre el nivel del mar, altitud que siempre conviene combatir o paliar mascando coca o tomando té de esta misma planta, que es sagrada para los pueblos andinos.
Los españoles tiraron abajo templos y sobre sus ruinas erigieron iglesias y catedrales; sobre los cimientos de piedras incaicas construyeron sus viviendas coloniales; sobre sus imágenes paganas pintaron frescos cristianos. El resultado de estas capas culturales es esta majestuosa ciudad, uno de esos lugares al que uno siempre quiere volver. En un recorrido sacro se pueden enumerar la Catedral, la Compañía de Jesús, la Merced, San Francisco, la Iglesia de Belén, la Almudena de la Virgen, Santo Domingo…Hay una quincena de iglesias en Cusco y una curiosidad: hay solo dos sitios en todo el continente que tienen dos iglesias emplazadas en la misma manzana y alrededor de su Plaza Mayor: uno es justamente aquí, que tiene la Catedral y la Compañía de Jesús frente a la plaza. La otra ciudad es Mariana, en Minas Gerais, Brasil.
La Catedral es una joya arquitectónica, que se encuentra entre las más preciosas de América latina. Erigida sobre los vestigios del Palacio del Inca Wiracocha, fue construida en forma de cruz latina y en su interior hay una colección de más de cuatrocientas pinturas de arte sacro. Entre la gran cantidad de iglesias que existen, donde se pone de manifiesto el barroco cusqueño, se destaca la Compañía de Jesús. Muy cerca de allí se encuentra la Iglesia de Santo Domingo, montada sobre el Coricancha, el antiguo Templo del Sol, que conserva vestigios del santuario incaico.
Dos kilómetros fuera de la ciudad se encuentran las ruinas de Sacsayhuamán, la mayor obra de arquitectura incaica, una fortaleza ceremonial donde se utilizaron gigantescas piedras que llegan a pesar 120 toneladas, encajadas a la perfección. Se calcula que llevó entre sesenta y doscientos años levantar este sitio.
Volviendo al centro, el mercado de San Pedro es el lugar donde se puede vivenciar el pulso de la ciudad, sus usos y costumbres; donde el cusqueño viene hacer sus compras y a comer a toda hora. Fue construido por Gustave Eiffel, el mismo de la célebre Torre parisina y fundado en 1925.
Aquí, los vendedores llaman a sus potenciales clientes a viva voz y con señas para que prueben sus jugos de frutas o alguno de los platos típicos que se sirven a precios populares: sopa de pollo, arroz con huevo frito, pollo broaster (frito), lomo saltado, o ceviche. Los puestos de frutas y verduras están repletos y hay maíz de todos los colores. Hay papa, yuca, camote, quinua y maní. Hay, además, un sinfín de artesanías y vestimentas tradicionales, que forman parte del gran collage que es este mercado cusqueño, que parece detenido en el tiempo. Como Cusco.
El embrujo del paisaje jujeño, en el noroeste argentino, atrapa al viajero en una sucesión de pequeños pueblos encerrados entre montañas tan imponentes como desoladas, que muestran todos los colores de un arcoiris mineral. Ritos y costumbres ancestrales atesorados en un ambiente milenario conforman la riqueza intangible de la Quebrada de Humahuaca, un rincón de pobladores sencillos, que rinde culto a la tierra celebrando coloridas fiestas populares, donde se festeja a pura chicha, copla y carnavalito.
Desde el Enero Tilcareño, un festival de música folklórica que dura todo el mes, a los Carnavales, que toman por completo los pueblos en febrero, los festejos patronales, la Semana Santa, la fiesta de la Pachamama en agosto y el culto a los muertos en noviembre, la Quebrada es uno de los rincones que más celebra en la Argentina. La región se ganó el título de Patrimonio Mundial de la Humanidad de parte de la Unesco a fuerza de belleza natural y una riquísima herencia cultural. Por acá se festeja uno de los carnavales más auténticos del país, que mezcla las raíces europeas con las fiestas de la abundancia de los pueblos originarios.
La quebrada es un lugar que deleita con sus platos típicos: humitas, tamales, empanadas, choclo con queso de cabra, guisos, locro, carne de llama en todas sus variedades, cordero asado, quesillos y una amplia variedad de papa andina, que junto al maíz y la quinoa complementan las más diversas preparaciones tradicionales.
Purmamarca, Tilcara y Humahuca son los tres pueblos son los más visitados por acá, y resultan una buena alternativa para hacer noche. Hay gran variedad de alojamientos y restaurantes para todos los gustos y presupuestos, y entretenidas peñas que animan las veladas a puro folklore.
En Purmamarca despunta el célebre Cerro de los Siete Colores, la gran postal humahuaqueña. Al costado de la ruta existe un sendero medio escondido que hay que trepar y conduce hacia la panorámica más famosa de este rincón, por donde se debe andar lento y pausado: la Quebrada se encuentra a casi 2000 metros de altura, y el sol golpea fuerte en estas latitudes. Eso sí: por las noches es preciso abrigarse, porque la amplitud térmica puede ser muy pronunciada y las temperaturas, sobre todo en invierno, rondan los cero grados. La vida acá gira en torno de la plaza, sus puestos de artesanías y la iglesia, también declarada Monumento Histórico Nacional. El Paseo de los Colorados, en las afueras del pueblo, es un circuito de tres kilómetros en los que se destacan los cerros de un rojizo intenso y sorprendentes geoformas, que se puede recorrer a pie, a caballo, en bicicleta o en auto.
Unos kilómetros más adelante, el Pucará de Tilcara da la bienvenida a uno los parajes más visitados y pintorescos de toda la Quebrada. Es una antigua fortaleza reconstruida de la cultura omaguaca que albergaba viviendas, corrales y santuarios. La vida en Tilcara también gira alrededor de la plaza y su feria de artesanos, y por las noches es uno de los pueblos más animados de la zona. Una buena caminata para hacer en el lugar es hasta la Garganta del Diablo, una preciosa cascada al final de un cañón por donde corre el cauce del río Huasamayo. Si las lluvias son generosas, el agua cae con fuerza demoledora, y si el calor del norte agobia no hay nada mejor que meterse bajo el potente chorro helado antes de emprender la vuelta al centro de Tilcara.
La última parada es en Humahuaca, el poblado más grande de la región. Las callejuelas del centro están llenas de restaurantes con delicias locales y tiendas que venden recuerdos. En la plaza principal, frente a la iglesia, está el Monumento a los Héroes de la Independencia, un icono de estos paisajes jujeños cargados de historia. Y a 25 kilómetros, por un sinuoso y angosto camino de ripio, se llega las Serranías del Hornocal, un cerro menos conocido que el de los Siete Colores o la Paleta del Pintor, pero que por la tarde –cuando el sol pega oblicuo sobre sus capas sedimentarias– se consagra como el más colorido y espectacular de todos.
Ritos, costumbres, tradiciones, celebraciones ancestrales y paisajes de ensueño.
Fotógrafo y periodista. Cronista de viajes. Autor de "Carnavaleando", primer fotolibro de carnavales latinoamericanos
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